A Raúl Alfonsín por los 30 años de Democracia
Desde el 12 de diciembre rendimos homenaje a Raúl Alfonsín con un busto del ex Presidente en el hall de la Legislatura Provincial
Seguramente a Don Raúl no le hubiera gustado que en homenaje a los 30 años de la democracia hablemos de su persona. Menos que pongamos un busto recordatorio.
Pero nos hemos atrevido a asociar su nombre a esta fecha, porque no deja de ser un reconocimiento sentido por todos los argentinos, sin distinciones de color político. Eso hace grande a los hombres, los hace trascender a su tiempo y los coloca, no ya en el frío mármol, sino en la memoria viva de la gente.
Don Raúl no creía en los ismos, ese sufijo que representa una deformación de la política argentina: el personalismo. Decía sin descanso, no sigan hombres, sigan ideas. Y hacía un culto a esta pedagogía de la política, al debate de ideas por encima de quienes las expresan. Nunca dejó de reivindicar a los grandes movimientos políticos del país, el peronismo y el radicalismo, también convocaba a socialistas, demócrata progresistas, a toda organización que tuviera algo para ofrecer en esta construcción colectiva de la democracia. Todos los aportes eran necesarios, más en una democracia débil y en transición, como la nuestra. Lo dijo en su campaña, cuando convocaba a dejar un poco más abajo las banderas partidarias, para que sobresaliera adelante, la celeste y blanca. Y lo continuó diciendo cuando, ya en el llano, se dedicó a recorrer cada pueblo de la república para encontrarse cara a cara con la gente, haciendo uso de esa herencia de su gobierno: la dignidad que le permitió volver a caminar las calles como un ciudadano más, respetado y respetando a quienes le marcaban disidencia y descontento. Pero también reci el afecto de quienes reconocían al político incombustible, de principios, desprendido de egoísmo y consecuente con sus palabras.
El gobierno de Raúl Alfonsín fue y pasará a la historia como el gobierno de los derechos humanos. La auto amnistía sancionada por la dictadura en retirada duró tan poco, como el presidente electo cruzó la puerta de la Casa Rosada para asumir, probablemente, la responsabilidad más grande que haya tenido un presidente en la historia Argentina: terminar con décadas de inestabilidad política y el acecho de los golpes militares. Parecía una quimera en 1983 con unas fuerzas armadas con poder de fuego intacto y plagada de nostálgicos.
También fue el gobierno que se negó a entregar el patrimonio nacional a pesar de los ingentes embates de la patria financiera que impondría su modelo económico años más tarde.
En un contexto internacional desfavorable, con las arcas vacías: Bernardo Grinspun solía contar el dramatismo de haber encontrado las cuentas devastadas, con vencimiento de la deuda generada a días de comenzar a gestionar. Y ahí estuvieron como respuesta el Grupo Contadora, y los cimientos del Mercosur. Se hizo la Paz con Chile, el congreso pedagógico y la democratización de todas las Universidades Nacionales.
Raúl Alfonsín gobernaba con las puertas de la Casa Rosada abiertas, hizo del diálogo y la búsqueda de consensos la principal herramienta, la gran fortaleza de una democracia débil pero ambiciosa.
Se hizo camino al andar, todos tuvimos que madurar de prisa, todos pusimos el hombro cuando los nostálgicos acecharon la joven democracia en varias oportunidades. Y ganamos.
Este es el mayor legado del Presidente Raúl Alfonsín, que la democracia, con todas las imperfecciones, con las grandes tareas pendientes que aún tiene, con el enorme desafío que aún tenemos por delante, sea definitivamente el camino que elegimos para elegir nuestro futuro.
Todos los argentinos hoy festejamos estos 30 años en democracia.